¡Qué día más emocionante! Risas, lágrimas, salidas, clases, expos, chela y un montón de cosas más (si hubiera puesto dos palabras más al respecto de mi día, probablemente estaría entrando en los terrenos de la mamarrachería), de verdad me cansó. Tan me cansó que la jornada terminó como a las 5 de la mañana, junto a un teléfono colgado de la desvelada luna de mayo.
Tan así fueron las cosas que me quedé sin pila para hacer nada, y menos para escribir cualquier cosa, lo cual puede ser la razón por la cual prefiero escribir esto a tomar un café, inspirarme, y escribir algo medio decente. Como sea, ya publiqué esto y eso es lo que importa.
El día en mi ciudad natal es claro y hermoso. Las nubes adornan el cielo y el sol luce esplendoroso sus rayos cual si fueran joyas prestadas. El aire es suave y limpio, con un cierto aroma a tierra mojada y a primavera en flor. Hasta los ruidos más desagradables, como los de las podadoras de pasto, resultaban encantadores en un escenario tan especial.
Los cerros se ven verdes, igual que todo alrededor, y las calles, al igual que los cafés, están llenas de gentes que vive, come, muere y sigue con la eterna dinámica del universo. A pesar de que es un día tan hermoso, la verdad es que tengo ganas de irme a dormir y no saber nada de nada.
Ya me dormí y ya me desperté, y sigo teniendo sueño. Lo primero que pensé al abrir los ojos fue en la exposición sobre Oceanía que se presenta en el museo de antropología e historia, y entonces me acordé que hace dos semanas iba a ir pero por circunstancias de fuerza mayor (dígase, chingaderas) no me fue posible asistir. Esta semana si voy a ir, tengo muchas ganas.
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